martes, 22 de marzo de 2011

¿HOGAR?


Me encuentro ante mi vieja casa, la casa de mis padres.

Una plaza inmensa con cinco torreones que la delimitan.

Voy en bañador y con un plumas puesto. Entro en mi torre. Subo en el ascensor. Ahí pasa a negro, y me veo de nuevo en el ascensor, esta vez en albornoz y con zapatillas. Doy una vuelta por la plaza. La gente me evita, mira para otro lado, distraídamente. Vuelven la cara al cruzarse conmigo, como si no estuvieran, pero notan mi presencia.

Me acerco al portal de mi casa, que está flanqueado por un almacén del que se escapan graznidos y vocecitas de pájaros, justo al lado izquierdo; del lado derecho, un pequeño quiosco, sucio, pintoresco, con un cartel en el que algunas luces titilan, tiemblan y se apagan, rítmicamente.


Me fijo en la esquina superior derecha del escaparate del quiosco, y encuentro lo que busco, supongo, una ducha minúscula.

Me quito el albornoz y, con los gayumbos puestos me voy duchando, mientras miro las portadas de la prensa en el escaparate, y la gente va entrando y saliendo del quiosco por una puerta que queda a mi espalda.


Cuando casi he terminado veo un ventanuco en la esquina inferior derecha. Por ahí relucen las portadas de varias Playboy y Penthouse. Decido coger un par de ellas, y, tras quitármelos, introduzco mis gayumbos por el ventanuco, como pago por las revistas.

Me envuelvo bien en el albornoz, con mi botín bajo el brazo, y bajo del escalón, camino del portal de mi casa.

Junto a los ascensores oigo voces que suben de la escalera, la que lleva al garaje. Aprieto el botón a toda prisa, para subir solo, pero al final me sorprende un vecino subiendo, un compañero mío del colegio, pero extrañamente vestido, y envejecido monstruosamente.

Me mira, y sonríe. Yo, nervioso, me atuso el pelo, que está totalmente seco y perfectamente peinado.


Entramos en el ascensor, y se va todo a negro.


martes, 8 de marzo de 2011

NEGRO


Negro.

Me despierto y veo negro.

Negro panorama, negra perspectiva.


Negro, como tu pelo.

Negro, como la noche que admiro.

Negro, como las noches que paso contigo.


Como mi futuro, esas tardes en que

me contabas lo enamorada que te tenía

ese gilipollas.


Yo te ofrecía mi alma en copa de oro

mientras tu derramabas hiel y pez

en todos mis sentidos.


Cuanto más contabas de él, menos te convenía,

y más me alejaba yo.

Como náufrago amarrado a una tabla

completamente anegada en pinchos.


Con manos astilladas me aferrada en la ilusión,

Torpe de mí,

de que un desengaño te arrojara en mis brazos.


Mientras tú, alegremente, separabas mis dedos,

uno a uno,

de esa tabla salvadora.


Y me hundía en la negrura de tu inconsciencia,

sin aire que boquear,

supurando rencor,

ahogado en mis miserias,

impulsado por tus necedades...


Bajaba, sin remisión, al negro.