Después de unos días oscuros y frios, de lluvia, viento y luz gris, el domingo por la mañana salió el sol.
Salí con mi hijo de paseo hasta llegar a la acequia, más allá del polígono, y pisamos hojas húmedas caidas a millones, y vimos setas recién nacidas entre los pinos durante la noche. Los troncos de los árboles estaban muy oscuros y las hojas que quedaban en las ramas de los chopos eran amarillas, verdes y rojas.
Un hombre recogía leña y la amontonaba junto a su chabola en la que la lumbre humeaba. Nos cruzamos con su perro, vagabundo también, que volvía con su amo.
Volvimos con nestras mejillas rojas, por la ribera del Pisuerga. Ya próxima la hora de comer, en la terraza del Trébol olía a gambas a la gabardina y en casa de la abuela nos esperaba un cocido.
Querido otoño, si me lees, dame más domingos como éste antes de marcharte ¿vale?.