Cuando la conocí fui llevado al éxtasis. Era lo que buscaba, y me fue dado sin pedirlo.
Nos conocimos en la terapia. Ella acudía para salvar su alma, si es que aún tenía.
Yo no sé por qué iba.
Comencé a beber cuando las voces en mi cabeza empezaban a ser insoportables. Bebía hasta la insconsciencia. Cuando las voces parloteaban, empezaba el fin.
Gracias a ellas perdí mi trabajo. Por ellas, y porque me convencieron de que mi jefe sólo me tendría en consideración si le ajustaba las cuentas. Sólo el brillante color y el sabor metálico de la sangre, que manaba a borbotones de la cuenca de su ojo mientras éste pendía hasta su boca me hizo considerar que igual ya había captado el mensaje.
Cuando las voces cantaban, todo era dolor. La bebida anestesiaba, olvidaba, mitigaba. Cuando las voces aullaban la cabeza me dolía. Con el alcohol también, pero menos.
Perdí el siguiente trabajo por borracho. Al menos ya no oía nada. Ahora nadaba en alcohol.
El asistente social me obligó a ir a terapia.
Ella iba por desesperanza. Su último cliente dejó su cara como un mapa del tesoro, y su cuerpo para una visita de un mes al hospital. Mientras se recuperaba aprendió a bucear en vodka.
Elevó mi espíritu, espoleó mi corazón. Abrí al máximo la mente y el aire fresco limpió y quitó las telarañas. Su risa era contagiosa. Su mirada, entre las vendas, como un amanecer en los Picos de Europa. A veces se acurrucaba junto a mí, y lloraba en silencio, con calma pero mostrando el volcán interior que poseía. Era como ver un atardecer en un acantilado, con el mar encrespado y el sol, hinchado y rojo, herido de muerte, hundiéndose en el horizonte. Poco a poco salíamos adelante.
.
.
.
Hasta que volvieron las voces.
Primero una. Luego tres. A veces, quince. La cabeza me dolía, me dolía como una maldita hija de puta. Perdí la cuenta, hasta que preferí perder la cabeza y volver a beber.
Poco a poco se fueron callando. Y entonces habló ella.
- La bebida o yo.-
A la segunda semana el canturreo de las voces era incesante. Dolía, mierda si dolía. Mucho.
Ahora he quedado con ella. Todas las vocecitas se han callado.
Menos una.
Lo último que me ha dicho ha sido:
- Ve y enseña a esa sucia puta quién es el que manda.-