El viernes, después del asistir el jueves al concierto de Placebo en mi ciudad, tenía el cumpleaños de una compañera de trabajo. Ni pizca de ganas.
Era en un local de moda de Valladolid, aunque no uno de los más chic. Yo llegué reventado. Tras el concierto del jueves y la juerga posterior, al día siguiente había que dar el callo. Y, de remate, el cumpleaños.
Cuando mi amigo y yo llegamos al cumpleaños, ya estaban todos allí. Sólo faltaba otro compañero nuestro, que había ido a aparcar sabe Dios dónde y aún no había llegado.
Formaban el grupo unas nueve personas, siete mujeres y dos hombres. De esas siete mujeres, una era nuestra compañera. Quedaban seis.
Yo las ví, y me subió una acidez cerebral tremenda.
Eran el prototipo de pijiguaylans, chicas con un tipo físico más o menos decente (vale, no eran Carmen de Mairena pero tampoco Heidi Klum, no vayamos a exagerar...), más pote y pintura en la cara que una puta cebra, pose de Ossssssheeeaaa, qué me cuennntasssss, cara de asquito mundanal a todo lo que no entrara en su universo, y pocas o ninguna gana de hablar.
A mi esas cosas terminan por crisparme, me agarrotan el estómago y termino por hacer mutis por el foro. No tengo nada en contra de esa tribu, lo que si que tengo es en contra de esa actitud que las lleva a ignorarte por completo a no ser que te llames Borjamari, o seas como ellas, o seas gay.
Porque los dos tipos que allí existían eran gaylors. Si tengo o no tengo algo en contra de ellos no viene al caso. Lo graciosos es que para este tipo de mujeres sea guay, molón, atractivo e incluso necesario tener y usar amigos gays. Para mí fue patético. Uno, vestido casi como un perroflauta, intentaba bailar canciones de chicas imitando coreografías de nenitas. Intenté no mirar demasiado para que no vieran mi cara.
E intentaba peinarse igual que él y llevar las mismas camisetas. Y procuraba no hablar mucho, para no perder la pose de morritos forzados que requiere el personaje, claro...Patético.
Pero lo más triste era ver como las tontolinas les palmeaban, jaleaban y animaban al ver sus tonterías.
Allí estabamos los tres colegas del curro, tipos normales y corrientes, con nuestras pintas normales (el peor era yo y llevaba un pantalón bermuda hasta la espinilla y un polo, todo en buen estado; otro llevaba un polo de mucha pasta, el otro con vaqueros y camisa...), sin ser metrosexuales, sin llamarnos Borjamari... y sólo hablábamos con nuestra compañera y con una amiga suya, que por tener un bar aventuré que eso la había hecho más sociable.
El resto nos ignoraron totalmente.
Aguanté el tiempo mínimo exigido en estas ocasiones, y me quedé otro rato más por peticion expresa de la cumpleañera. Mientras, la tribu incomprendida daba rienda suelta a su estereotipo.
Y yo rumiaba esta entrada, en la soledad de mi existencia, marginado por un grupito de tontas y perroflautas pierdeaceites, separado en la individualidad de mi normalidad, estigmatizado por no ser borreguil ni querer serlo, señalado por no nacer chic, abandonado por tener cerebro para algo más que leer el Vogue, comprar en Zara y tener encefalograma plano.
Tiene cojones...
6 comentarios:
La verdad es que albergo una particular fobia por los pijos y pijas, en cualquiera de sus modalidades. Su superficialidad y su clasismo repugnante (sin ser ricos, encima) me pone de mala leche nada más verlos.
Y de los maricones, qué le voy a contar. Yo habría salido de allí como alma que lleva el diablo.
Pues no sé que decir, deben ser muy idiotas, porque mira que yo conozco pijas de ese estilo, pero que mínimo que hacerle caso a los invitados de tus amigos.
En cuanto a lo que dice Al Neri, ese clasismo puede ser igual al que casi todos tenemos con respecto a los quinquis, por poner un ejemplo. Sus vestimentas y sus actitudes nos producen cierto rechazo. Pues a distinto nivel pero igual les pasa a los pijos con los demás.
Muy buena descripción de esa gente. Pero debo reconocer que las pijas me ponen como una moto.
Joer, Sr. Subdire, a mí también, pero me desazona mucho comprobar lo vacías e inútiles que generalmente son, y lo vacuas, fatas y sumamente clasistas que se muestran.
Señorita Aprendiz, yo no soy clasista con los quinquis y gitanos, ¿usted sí?
Lo que me desagrada es que la gente vaya sucia o desaseada y sobre todo que me roben. Pero esto no es ser clasista.
Lo de los pijos en cambio es un snobismo y un clasismo estúpido, encima cuando el 90% de los pijos son unos muertos de hambre.
jajaja me has alegrado el dia, aunque soy mujer comparto contigo completamente la opinion expresada en este texto, al igual que tu me he visto en esas situaciones y es un asco de gente, pero en fin, paciencia y mas paciencia que al parecer se estan multiplicando.
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