miércoles, 21 de julio de 2010

BOLONDRO


Salí de casa y observé la calle; estaba desierta, salvo por Bolondro, el hijo de la portera, que era tonto de remate.
El calor era achicharrante. Nadie se movía por la calle a la hora de la siesta a excepción de Bolondro. Y, en esta ocasión, yo.
Bolondro era el hijo de la portera, uno que tuvo con un butanero que era conocido en el barrio hasta que preñó a la Conchi, la portera. Después de eso tuvo que cambiarse de trabajo, y hasta de ciudad. Ya se sabe como son en las ciudades pequeñas…
El calor hacía que el asfalto soltara vaharadas de calor y bruma, tóxico y negro.
Yo no era tonto como Bolondro, simplemente me habían castigado por bocazas. En el colegio le había levantado las faldas a una niña y había descubierto que llevaba bragas negras, de vieja.
Estuve toda la mañana diciéndolo por ahí hasta que el Director, de un bofetón, me convenció de que era mejor dejarlo correr y olvidarme de las bragas de mi compi.
En ese momento sus padres estaban hablando con los míos, y a mí me echaron a la calle para no oír nada. Yo estaba nervioso, no sabía si me caería otra torta o si pensarían algo más…
Bolondro era tonto, y no sabía hablar bien. No se expresaba, y apenas hablaba con nadie. Físicamente era un portento, se le daban bien todos los deportes, pero era incapaz de hablar y por ello era tonto de remate. Me saludaba desde lejos con la mano, mientras con la otra sostenía a su perrito, y yo hacía como que no lo veía, mirando al suelo, hasta que unos zapatitos se pusieron junto a mí. Era la niñita del colegio.
-¿Por qué me querías ver las bragas?
- No sé…- dije yo, azorado, mirando a ninguna parte.
- No tenías que levantarme nada, con pedírmelo te las hubiera enseñado yo…
- ¿Ah, sí?...- dije nervioso… el calor tornaba el aire irrespirable, caliente, pesado.
- Si. Todas nos enseñamos las bragas. Si quieres te enseño estas, las he cambiado en casa…
Bolondro jugaba con su perrito, arrojándole palitos y pelotitas para que corriera, dando grititos y graznidos.
Yo, nervioso, tironeaba de la falda de mi amiga para bajársela, mientras ella insistía en subirla, que era más fácil que lo que yo intentaba.
Otro palito al perro. Una mirada pícara. Mis padres y los de ella a carcajadas en el porche. Una pelotita. Un tirón de falda, otra carcajada.
En ese instante el perro brinca entre varios palos que Bolondro ha dispuesto, mientras mi amiga, picarona, consigue subirse las faldas y evitar que yo se las baje y a la vez que gira la calle, a gran velocidad, un vehículo todoterreno, que va directo hacia Bolondro y el perro.
La conductora intentaba poner la radio mientras con la otra mano sostenía un cigarro. No pudo darse cuenta, ni el perro tampoco.
El golpe seco sonó como una rama grande al machacarse. El perro chilló. Literalmente, chilló.
Quedó a escasos centímetros de la parrilla del coche, hecho un guiñapo, entre convulsiones y en medio de un charco de sangre. El chirrido de los frenos retumbó en la calle.
Mis padres y los de ella salieron enseguida, justo cuando Bolondro rompió su sequía, arrancó a llorar y, de pronto, lanzó un chillido inhumano.
Bolondro chillaba, gritaba, insultaba, pataleaba, presa del histerismo.
Mis padres vieron a Bolondro, y luego a mí. Absorto ante el accidente, no reparé en que tenía las manos en las caderas de mi compañera mientras esta seguía con las faldas subidas, y Bolondro seguía a lo suyo.

Esa tarde aprendí que las chicas podían traerme problemas, que Bolondro sabía hablar, y que yo era capaz de soportar varios tortazos en el mismo día y en el mismo carrillo.


A esos veranos interminables de cuando uno es niño y tiene todo por delante...

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Un matrimonio de buena familia tuvo un hijo.
El niño era precioso.
Con el paso de los años el baby se convirtió en un adolescente muy guapo y muy inteligente y de lo más simpático. Pero el ninño no hablaba.
Así fueron pasando los años y cada día el tío era más guapo y de una inteligencia impresionante y de una simpatía arrolladora... terminó su carrera y su máster con unas notas estupendas, encontró un trabajo de ensueño se casó con una chica preciosa, inteligente y de buena cuna... pero el chico seguía mudo.
Tuvo dos hijos preciosos, ascendió en su empresa como la espuma y su mujer además de ser cada día más hermosa, cada día le amaba más. Pero el hombre seguía mudito.
Un día fueron a cenar a casa de los padres de él. Y durante la cena, el hombre dijo: mamá, por favor, pásame la sal.
Todos quedaron estupefactos y empezaron a dar gracias a Dios por el milagro. Y el chico miraba asombrado a todos mientras decía que no era milagro que el sabía hablar desde niño.
- Entonces por qué nunca has hablado hasta ahora?
- Porque hasta ahora, todo había sido perfecto.

Rocco Lampone dijo...

Buenas, sita Sandra.
La historia la conocía, es un viejo chiste.

Un saludo.

Al Neri dijo...

Muy bueno, Rocco, escribe usted muy bien.

marian dijo...

Muy bueno....... pero ...... ¿bragas negras de vieja???????? Jajajajajajajajajaja