Estoy trastornado. Últimamente ya no sé que hacer. La gotica vino a verme un día y se ha quedado conmigo para siempre jamás.
A ver, aviso: esta entrada va a ser necesariamente explícita y escatológica, así que al que no le apetezca, que se retire ahora o que luego no se lamente.
Voy al lío: yo era un niño feliz, que creció feliz y que vivió una agradable juventud, al menos en lo que a goticas se refiere. No me acuerdo quién me enseño a mear en esta vida, pero lo hizo bien porque desde bien pequeño hasta no hace mucho he miccionado siempre sin grandes problemas.
Estas cosas uno las hace sin prestarle atención, como el respirar o el andar, y a penas recuerdo el método empleado. Pero me quiere sonar que yo, de toda la vida, al terminar de deshacerme de mi agüita amarilla me sacudía el flácido apéndice dejando a la fuerza centrífuga la labor de deshacer la gotica en mil pequeñas e imperceptibles microgoticas de rápido secado, y enviarlas al universo todo en mil direcciones (una por cada microgotica, claro).
Creo que fue cuando me hice un hombre que cotiza a la seguridad social (que es cuando de verdad uno se hace hombre) que empezaron mis problemas. Tampoco me acuerdo muy bien de cómo fue, pero me quiere venir a la memoria que en algún momento, la capacidad de descomposición de la gotica mermó, y además el ángulo de aspersión se redujo drásticamente. De tal forma que empezaron a ser cada vez más frecuentes las ocasiones en que, para mi rubor, salía del baño ante la mirada de mis compañeros con unos buenos goterones repartidos sospechosamente por varios puntos de mis pantalones... un tipo con un sentido del ridículo y un pavor al que dirán como el mío, que solo se trae de serie si uno es de Valladolid o, acaso, de Palencia, no podía consentirlo. Y empezó entonces un guerra sin cuartel contra la gotica que dura hasta hoy y que aun no se ha resuelto.
Primero empecé a mear como las tías: sentado. Eso me permitía ejecutar la operación de aspersión con la seguridad de hacerlo dentro de los límites porcelánicos del inodoro. Aunque resultaba absolutamente eficaz, la abandoné rápido por ortopédica y absurda. Hacer pis sentado es renunciar a una de las grandes ventajas de ser hombre. Se imponía buscar otra solución.
Retirarse el prepucio durante la micción, y luego, al acabar, volverlo a su posición natural y volverlo a retirar cuantas veces sea necesario hasta asegurarse de haber hecho caer hasta la última gota de orín. Muy parecido a pajearse. Demasiado parecido. Y además ineficaz: al recuperar el miembro su posición natural dentro del gayumbo, sale no sé de dónde, una gota capaz de atravesar un mono de piloto de formula uno. Si yo fuera Fernando Alonso saldría en el podio con la gotica ahí, seguro.
Abro un paréntesis: (la gotica me ha permitido conocer de mi mismo que cargo a la derecha. Nunca antes había tenido la inquietud ni necesidad de saber hacia donde cargaba: una vez me hice un traje, me lo preguntaron y no supe qué contestar). Cierro paréntesis.
En un momento de desesperación decidí coger papel higiénico y hacerme un gurruño para colocarlo en la punta del n**o una vez acomodado éste en el lugar que le corresponde dentro del gayumbo, y retirarlo unos minutos después con la seguridad de que, si había gotica, ésta ha sido alojada en el gurruño. La medida es eficaz, pero mucho más ortopédica que la de mear sentado. ¿Teena lady pero en tío? pues eso. Además sale uno del baño marcando un paquete que no viene a cuento.
Otra opción es colocarse la camisa por dentro del pantalón asegurándose bien de que con ella creas una tercera capa de tela entre el gayumbo y el pantalón. Pero no sirve, ya lo dije antes con lo del mono del piloto de fórmula uno: la gotica busca la fama y atravesará lo que haga falta para alcanzarla (menos el gurruño de papel higiénico, claro).
Al final, lo que hago es, después de la micción, pasarme un poco de papel higiénico por el aparato como quien se suena las narices. Funciona la mayor parte de las veces, pero no es infalible. Cuanto más quieres luchar contra la gotica más se esconde ésta en el fondo de la uretra esperando el momento de relajación para salir de su escondite y asaltar la fama y mi orgullo.
2 comentarios:
Glorioso, Chirly. Yo conozco el problema (por un amigo)y creo que lo del papel es la mejor solución. También quedarse un buen rato de espera hasta que cae la última gotita.
Me he reído muchísimo.
Muchas gracias Neri.
En realidad, lo he contado en primera persona porque resulta más gracioso, pero por supuesto que el verdadero protagonista es también un amigo (¿quizá el mismo?).
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