viernes, 3 de diciembre de 2010

BUEN OJO. FINAL.


Escribo esto desde la cárcel. Ahora sabréis por qué.
Días después, tras haber estado varias veces en dicha cafetería, no volví a ver a la amazona de mis sueños, y estaba desolado.

Deambulando por las calles después de haber comprado unos churros para desayunar en mi casa me pareció ver su melena cerca de un coche, abriendo la puerta.
Mi corazón galopó nervioso, desbocado, mientras me acercaba corriendo a su coche. Ella estaba ya entrando en él, poniéndose el cinturón y arrancando.
Al ver a un tipo con unos churros en la mano corriendo hacia su coche arrancó, y yo forcé un poco más, hasta casi tocar la parte trasera de su coche. Corrí un ratito, unos metros, hasta que un perro se cruzó frente a ella y frenó. En seco.
En ese momento, asustado por el chirrido de los frenos, tropecé, lanzando los churros contra su cristal trasero y estampándome contra el coche, yendo de morros contra sus luces.
Al oír el golpetazo ella salió del coche, y me vio arrodillado, con varios dientes en la mano, e intentando balbucear algo con la nariz torcida en un extraño ángulo, y la boca llena de sangre.

Me reconoció, creo que a su pesar, y me metió en el coche para acercarme a un hospital, pese a mis inconexas y poco entendibles protestas. Al poco llegamos a un hospital y bajamos del coche, que yo había dejado totalmente perdido. En urgencias me metieron en un box rápidamente, mientras ella rellenaba el formulario. Yo intentaba decirla que la pagaría la limpieza del coche, pero ella no me hacía caso. Terminó de rellenarlo, puso sonrisa de circunstancias, me dio unos toquecitos en el brazo y salió.
Varios meses después, cuando la hinchazón de mi cara ya no me hacía parecer un monstruo, decidí ir a terapia. Pasé de un terapeuta narcisista a un hipnoterapeuta que usaba mis sesiones para escribir un libro, un bombazo, decía.
De ahí pase a una sexóloga deprimida que me animó a lanzarme al ruedo sin complejos, imagino que con ganas de que hiciera el ridículo de nuevo y se lo contara.

Después de apuntarme a varias webs de amistad y de estar una asociación de solteros, decidí volver a mi vida normal y dejarme de esas tonterías. Igual influyó el hecho de que me expulsaran de la asociación cuando, en medio de una fiesta, tropecé y le pisé el vestido a una soltera, dejando al aire sus partes pudendas y recibiendo un tortazo sonoro en mi maltrecha cara.
Volviendo a casa un día lluvioso intenté cruzar por un paso de cebra de una calle, en medio de un fenomenal atasco. Todos los carriles estaban colapsados, decenas de coches avanzaban en primera y se detenían, y tocaban el claxon impacientes. En medio del cruce, una pareja de policías locales hacían lo que podían. Intenté cruzar a su lado cuando, oh albricias, uno de los agentes era mi musa, casi olvidada. Del respingo mandé a tomar vientos el paraguas, yendo a caer sobre un coche. El conductor salió como un energúmeno, gritando y haciendo aspavientos. Yo, mientras, me empapaba, feliz ante la visión de la dulce beldad.
Cuando el conductor se calmó la agente reparó en mí. Puso cara de sorpresa, y me indicó que me fuera, que estaba trabajando y era peligroso. Yo la dije que enseguida me iba, que quería darle mi número de teléfono y disculparme con ella, pero insistió en que me fuera. Saqué una tarjeta personal y se la fui a dar, pero ella estaba ocupada. En una mano tenía uno de esos pirulos luminosos para dirigir el tráfico, y en otra el silbato. Así que me decidí a meterle la tarjeta en uno de los bolsillos de su cazadora, los delanteros, donde llevaba los bolígrafos. Pero resbalé y me apoyé. En ella. En concreto, en sus pechos.
Ella respingó, se puso hecha una furia e intentó quitarme de encima. En ese momento volví a tropezar y caí de rodillas ante ella, moviendo las manos para agarrarme a algo. Y me cogí a su cintura, en concreto, a las cachas de plástico de su revólver, que se movió de la funda.
Su compañero pensó que la estaba agrediendo e intentando quitarle el arma, así que sacó la porra y me sacudió, partiéndome el brazo por el codo, mientras después me dejaba la espalda hecha polvo.


Y ahora comparto celda con varios yonkis, un estafador medio tarado y alguna que otra prostituta enferma.
Tengo el brazo mal vendado, que me duele horrores.
Han presentado cargos por agresión física a un agente, además de intento de agresión sexual y por alterar el orden público.
Encima la policía de mis sueños es lesbiana, y la abogada de oficio que me han asignado dicen que también. Y se conocen.

PD. Mierda, encima la juez que verá mi caso odia las agresiones sexuales, y más si son a supuestos colectivos en minoría o propensos a vejaciones.
Creo que tardaré en salir de aquí…

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Porque no creo en el mal de ojo, Sr. Lampone, que si no le recomendaba una meiga de la zona que quita los males de ojo en segundos...

Anónimo dijo...

Jajajajajajaja

Anónimo dijo...

Rocco, está genial, me ha encantado esta mini-serie, y el título redondo.

Me ha recordado esa canción, que cantábamos en el cole: era un pobre hombre, era un desgraciao..¿os la sabíais? No me resisto a traer aquí unas estrofillas, y, sobre todo, el final, que también encajaría con tu "Buen ojo".

Era un pobre hombre,
era un desgraciao
era cojo y manco,
un obrero parao
no tenía dinero
ni había hecho la mili
y la tuberculosis
sobre él se había cebao.

Su padre era un borracho
su madre una perdida
su mujer le engañaba
con su amigo mas fiel
(...)

Un día fue a la iglesia
a dar gracias a Dios
y un trozo de cornisa
sobre él se desplomó,
entre gritos y llantos
una blasfemia echó, ¡JOLINES!
por ella, por su único pecado,
así se condenó.

Y allá en el fuego eterno
se oyó una voz decir...
ESTO ES VIDA, ESTO ES VIVIR!!!!

Buen puente!

Al Neri dijo...

Jaajaja, buenísimo, aunque lo mejor de todo lo de las lesbianas que se conocen...