En la víspera del día de todos los Santos, Eugenio abrió los ojos. Eran aproximadamente las doce de la noche, y Eugenio se encontró, de pronto, mirando al río Esgueva, acodado en uno de sus puentes. Hacía frío, aunque él no lo sentía. Pero, sin encontrarle sentido, él sabía que hacía frío. Echó un vistazo al reloj, como gesto instintivo; lo tenía en la mano izquierda, en vez de en la mano derecha, su lugar habitual. Se lo desabrochó y lo abrochó de nuevo en la mano derecha. Mientras hacía ese movimiento, briznas y polvillo caían de su chaqueta. El reloj no funcionaba.
Dirigió sus pasos hacia su casa. Casi nadie caminaba por la calle, y los pocos que se aventuraban, iban encogidos, ateridos de frío y soledad.
Llegó a su casa, entró en la plaza donde vivía y se dirigió a la torre 2, donde estaba su hogar. El portal estaba abierto. Avanzó la mano al botón del ascensor, que se pulsó e iluminó al instante.
Salió en el quinto piso, y se situó frente a la puerta C. Metió la mano en el bolsillo, buscando las llaves, y no las encontró. Toqueteó lo que parecían bolas de naftalina, y esas bolsitas humidificadoras que a veces vienen con objetos de piel y zapatos. Las miró, indiferente, y las arrojó de nuevo al bolsillo. Nunca se sabe lo que un inventor e investigador como yo lleva en el bolsillo, ni para qué puede servir, se dijo para sus adentros…
Acercó la mano al timbre, y antes de que pudiera pulsarlo, se abrió la puerta. Entró en el recibidor, que se iluminó al instante. En la cómoda de la entrada pudo ver que faltaba la foto de su boda con Blanca. Su lugar lo ocupaba la foto de Blanca, de soltera, y de su ayudante de laboratorio, Felipe, también de soltero.
El salón se iluminó. La decoración había cambiado, casi totalmente. Eugenio estaba desconcertado. Juraría que esta mañana, antes de irse a su laboratorio, todo era distinto. No entendía el cambio.
De pronto escuchó el jadeo de un bebé. Eso lo perturbó enormemente. Blanca no estaba embarazada, no entendía qué ocurría. Al fondo del pasillo se encendió una luz. Unos pasos precedían una sombra que titilaba sobre la alfombra. Los pasos se encaminaron hacia él, que se había parado en el recibidor. La sombra giró la esquina, y se vieron. Eugenio tenía frente a sí a Felipe, su ayudante, con uno de sus pijamas puestos. Se quedaron perplejos, observándose mutuamente…
Eugenio arrancó:- Felipe, mira, he acertado con la invisibilidad. No me veo en los espejos, y por la calle creo que tampoco me ven.., pero, tú me ves, ¿verdad?-
Felipe, balbuceando, apenas dijo:- Eugenio, pero, no es posible. Yo te vi, yo, …yo estuve en tu…- de pronto torció el gesto en una mueca de dolor, se agarró el pecho, dio un grito y se desplomó.
Eugenio estaba absorto. Al golpetazo siguió un bostezo irregular, y unos ruidos de sábanas. Blanca estaba levantándose. Al llegar al pasillo y doblar la esquina, vio la situación. Contempló a Eugenio, y los ojos se le agrandaron hasta el punto de que parecían salírsele de la cara.
Pero,…, pero…Felipe, que ocurre. ¿Eugenio? ¿Qué le has hecho?- gritaba Blanca.
- Yo nada, Blanca. Mira, le estaba explicando que creo que he acertado con el estudio de la invisibilidad, y, de repente..-
- Pero que estudio. Yo no entiendo nada. Eugenio…llevas dos años muerto.
- ¡Quee!
- Lo que oyes. Joder, esto no puede estar pasando…donamos tu cuerpo a la facultad…-
- Pero que dices, Blanca, cómo voy a estar muerto…, joder, y por qué estoy aquí…y, por cierto, qué haces tú con Felipe. Dime, qué coño hace él aquí, y por qué usa mi ropa…
- Eugenio, te lo he dicho, estás muerto. ¡Felipe!, dios, le ha dado un infarto, no responde…
- Escucha, Blanca, yo…
- No, escucha tú. En uno de tus experimentos una probeta que estabas calentando explotó, llevándote media cabeza por delante, y la parte de atrás del laboratorio.
- Déjate de chorradas,- dijo, mientras la agarraba por las muñecas…
Blanca contrajo la cara, dolorida, y gritó- no me toquess- mientras se ponía roja. Eugenio la soltó, y ella se llevó una mano al pecho, mientras gemía y los ojos se le volvían hacia atrás, mostrando sólo lo blanco…
Al instante los dos, Felipe y Blanca, dejaron de respirar. Blanca tenía las muñecas, por donde había sido agarrada, totalmente chamuscadas, ennegrecidas y mohosas. Las venas del cuello estaban hinchadas y de un tono entre violáceo y verdoso.
Mientras el bebé lloraba en la cuna. Eugenio se levantó, y se acercó a la cunita.
- Tranquilo, no llores. Tú y yo acabaremos esto…
Lo envolvió en una manta, lo metió en el capazo y salió. Caminó hacia la facultad de medicina.
Mientras, arreciaba una tormenta.
Dirigió sus pasos hacia su casa. Casi nadie caminaba por la calle, y los pocos que se aventuraban, iban encogidos, ateridos de frío y soledad.
Llegó a su casa, entró en la plaza donde vivía y se dirigió a la torre 2, donde estaba su hogar. El portal estaba abierto. Avanzó la mano al botón del ascensor, que se pulsó e iluminó al instante.
Salió en el quinto piso, y se situó frente a la puerta C. Metió la mano en el bolsillo, buscando las llaves, y no las encontró. Toqueteó lo que parecían bolas de naftalina, y esas bolsitas humidificadoras que a veces vienen con objetos de piel y zapatos. Las miró, indiferente, y las arrojó de nuevo al bolsillo. Nunca se sabe lo que un inventor e investigador como yo lleva en el bolsillo, ni para qué puede servir, se dijo para sus adentros…
Acercó la mano al timbre, y antes de que pudiera pulsarlo, se abrió la puerta. Entró en el recibidor, que se iluminó al instante. En la cómoda de la entrada pudo ver que faltaba la foto de su boda con Blanca. Su lugar lo ocupaba la foto de Blanca, de soltera, y de su ayudante de laboratorio, Felipe, también de soltero.
El salón se iluminó. La decoración había cambiado, casi totalmente. Eugenio estaba desconcertado. Juraría que esta mañana, antes de irse a su laboratorio, todo era distinto. No entendía el cambio.
De pronto escuchó el jadeo de un bebé. Eso lo perturbó enormemente. Blanca no estaba embarazada, no entendía qué ocurría. Al fondo del pasillo se encendió una luz. Unos pasos precedían una sombra que titilaba sobre la alfombra. Los pasos se encaminaron hacia él, que se había parado en el recibidor. La sombra giró la esquina, y se vieron. Eugenio tenía frente a sí a Felipe, su ayudante, con uno de sus pijamas puestos. Se quedaron perplejos, observándose mutuamente…
Eugenio arrancó:- Felipe, mira, he acertado con la invisibilidad. No me veo en los espejos, y por la calle creo que tampoco me ven.., pero, tú me ves, ¿verdad?-
Felipe, balbuceando, apenas dijo:- Eugenio, pero, no es posible. Yo te vi, yo, …yo estuve en tu…- de pronto torció el gesto en una mueca de dolor, se agarró el pecho, dio un grito y se desplomó.
Eugenio estaba absorto. Al golpetazo siguió un bostezo irregular, y unos ruidos de sábanas. Blanca estaba levantándose. Al llegar al pasillo y doblar la esquina, vio la situación. Contempló a Eugenio, y los ojos se le agrandaron hasta el punto de que parecían salírsele de la cara.
Pero,…, pero…Felipe, que ocurre. ¿Eugenio? ¿Qué le has hecho?- gritaba Blanca.
- Yo nada, Blanca. Mira, le estaba explicando que creo que he acertado con el estudio de la invisibilidad, y, de repente..-
- Pero que estudio. Yo no entiendo nada. Eugenio…llevas dos años muerto.
- ¡Quee!
- Lo que oyes. Joder, esto no puede estar pasando…donamos tu cuerpo a la facultad…-
- Pero que dices, Blanca, cómo voy a estar muerto…, joder, y por qué estoy aquí…y, por cierto, qué haces tú con Felipe. Dime, qué coño hace él aquí, y por qué usa mi ropa…
- Eugenio, te lo he dicho, estás muerto. ¡Felipe!, dios, le ha dado un infarto, no responde…
- Escucha, Blanca, yo…
- No, escucha tú. En uno de tus experimentos una probeta que estabas calentando explotó, llevándote media cabeza por delante, y la parte de atrás del laboratorio.
- Déjate de chorradas,- dijo, mientras la agarraba por las muñecas…
Blanca contrajo la cara, dolorida, y gritó- no me toquess- mientras se ponía roja. Eugenio la soltó, y ella se llevó una mano al pecho, mientras gemía y los ojos se le volvían hacia atrás, mostrando sólo lo blanco…
Al instante los dos, Felipe y Blanca, dejaron de respirar. Blanca tenía las muñecas, por donde había sido agarrada, totalmente chamuscadas, ennegrecidas y mohosas. Las venas del cuello estaban hinchadas y de un tono entre violáceo y verdoso.
Mientras el bebé lloraba en la cuna. Eugenio se levantó, y se acercó a la cunita.
- Tranquilo, no llores. Tú y yo acabaremos esto…
Lo envolvió en una manta, lo metió en el capazo y salió. Caminó hacia la facultad de medicina.
Mientras, arreciaba una tormenta.
El bebé sonreía y miraba todo extasiado, desde sus pequeños ojitos.
3 comentarios:
Que imaginación ¿no estás siempre cagaito de miedo pensando estas cosas?.
Te recuerdo que "la lista" está sin terminar.
Ah y te recuerdo que me debes un café.
Esta ya la he visto. Es la del Vengador Tóxico. Ahora es cuando sale la fregona y el cubo.
Me gusta Blanca, Mujer principal donde las haya.
Ves a tu difunto marido en casa y le echas la bronca porque debería estar muerto y no dando la brasa...
Llegando a casa tarde, con excusas y ensuciándolo tó.
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