Debía ser el año cuarenta. Cuentan que andaba por ahí paseando entre robles y encinas con la escopeta al hombro. Era por la mañana, muy pronto, y haciendo honor al nombre de un pueblo próximo la niebla daba al ambiente un tono misterioso y mortecino, el cielo ya quería clarear y un rocío que había querido ser escarcha lo empapaba todo. Avanzaba paso a paso sin mas compañía que el ruido de sus pisadas entre los hierbajos. Es lo que tiene la niebla, hace de aislante acústico natural de manera que aunque estés en medio del campo sólo oyes los ruidos que produces tu.
Afinaba el oído, cualquier rama moviéndose, cualquier siseo, puede ser el aviso de una perdiz, una codorniz, o incluso un jabalí. Pensando en esto descolgó de su hombro la escopeta. Una jabalí madre sorprendida de cerca puede ser peligrosa, y por ahí las había.
El oído del cazador se afina a base de horas en silenciosa espera, escuchando, observando. Identifica perfectamente cualquier sonido del campo. Sabe como es el ruido que hace un tordo al moverse dentro del arbusto que le cobija, o el sonido del topillo moviéndose rápidamente de una ura a otra, incluso el de un escarabajo pelotero empujando su bola de mierda.
Su oído comenzó a escuchar ruidos muy cerca de él, casi a su lado. No supo identificarlos antes de que algo le agarrara con fuerza el tobillo. Muy asustado quiso retroceder y desasirse de aquéllo que lo amordazaba apuntándolo con su escopeta. No lo consiguió pero vió que al echarse atrás lo arrastró consigo. ¡Una mano! ¡Un brazo ensangrentado! ¡un hombre malherido! Horrorizado, se quedó inmóvil: absolutamente paralizado. El hombre, evidentemente vivo a juzgar con la fuerza con la que se asía a él, no hacía nada, sólo eso. Respiraba con dificultad. Había pasado la noche oculto bajo las ramas de un arbusto... Abrió los ojos. Había bajado ya los cañones de su escopeta, y le miró fijamente. El hombre le devolvió la mirada, miró su escopeta y apenas llegó a decir:
- ¡MÁTAME... MÁTAME, POR EL AMOR DE DIOS!
Él contó en su casa que consiguió librarse de la mano de aquél pobre diablo y se marchó de allí. Y así me llegó la historia a mi. Es casi seguro que pasaron muchos años hasta que volviera a pasear sólo por aquellos parajes.
Casi setenta años después, andaba yo mariposeando con la bici por un monte que llaman Torozos y que se extiende desde un lugar a medio camino entre Villanubla y La Mudarra y llega hasta Peñaflor de Hornija, en donde se sabe que dieron el "paseillo" a muchos rojos y no tan rojos de la zona. Andaba por ahí recordando esta historia y pasando con respeto por entre aquellos robles y encinas cuando decidí, por un momento, apearme de la bici y guardar un instante de silencio. Escuchar aquéllos mismos sonidos y dedicar unas oraciones a aquéllos que a su manera también murieron por España, especialmente a los que de manera totalmente injusta -quizá era el caso de ése pobre- murieron tan sólo por que el poder cayó en manos del vecino canalla que aprovechó para ajustar sus cuentas. Fue entonces, y no se si precisamente por andar pensando en estas cosas, cuando me sobrevino la imperativa necesidad de llevar a cabo el título de ésta entrada. Juro por Dios que no hubo malicia ni intención alguna. Sólo repeluco del gordo.
2 comentarios:
Me ha gustado mucho, Chirly. Interesante.
Los Montes de Torozos fueron el escenario de numerosos paseos realizados por falangistas, si bien estos se produjeron en el año 36, casi todos el 17 de julio por la noche y a lo largo del 18 de julio.
Precisamente la zona que señala usted fue escogida por Falange Española como punto de encuentro el día 17 para materializar el alzamiento en todos los municipios de esa comarca. Hace poco publiqué un relato en La pluma sobre este mismo tema: "El Ciego", si bien está ambientado en otra zona de Castilla.
Por cierto, señor Lampone, espero que le guste el post que le hemos dedicado hoy y que aparecerá en nuestro blog en unos minutos.
Gracias, Sr. Neri. Había leido su post y me pareció muy bueno.
supongo que si todos rascamos, podemos encontrar algunas historias de este estilo entre nuestros antepasados más o menos inmediatos (padres y/o abuelos).
Desgraciadamente esta historia me ha llegado de segunda mano, y justo la fecha es la principal laguna. Tengo idea de que pudo ser después de terminar la guerra civil, ya que he oido a gente de la zona que los "paaseos" se sucedieron a lo largo de la contienda y de los primeros años de la postguerra, y dado que el superviviente era uno sólo, y el protagonista no encontró restos de mas fusilados. Por eso la he situado en torno al año cuarenta. Pero la verdad es que también pudo haber sido en los primeros días del Alzamiento. Lo que si es seguro, a parte del hecho en si, es la ubicación.
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